Ingresar a una unidad de cuidados intensivos neonatales puede resultar una experiencia inquietante, en especial si se trata de la primera vez. Sin embargo, después de unos minutos comienza a percibirse el clima de esperanza y entrega generado por los profesionales de la salud que allí trabajan: un ejército de médicos y enfermeras altamente capacitados que día y noche cuida celosamente la salud de estos bebés.
De hecho, parece increíble que pequeños que han estado en el útero materno poco más de la mitad del tiempo necesario para desarrollarse adecuadamente sean capaces de hacerle frente a la vida. Y esto se debe al alto profesionalismo y a la dedicación del personal a cargo de la unidad, sumado a la más alta tecnología que hace posible el milagro.
Una vez producido el parto la mamá se traslada a la habitación de la maternidad, donde se quedará internada poco días hasta el momento del alta. Sin embargo, el pequeño no está listo aún para ir a su casa. Apenas nacido, el bebé es llevado a la unidad de cuidados intensivos neonatales, donde permanecerá, en muchos casos, por un tiempo bastante prolongado. A veces, solo una o dos semanas, pero otras, uno, dos o tres meses, e incluso más, de acuerdo con su edad gestacional y evolución.
Mientras el bebé se encuentra en la unidad de cuidados intensivos, sus padres no solo pueden sino que deben visitarlo. Estar juntos es imprescindible, tanto para el pequeño como para los papás. Cuando el bebé está en la sección de terapia intensiva, los papás lo pueden visitar cuando quieren. En el momento en que pasa a la terapia intermedia lo hacen cada 3 horas y permanecen alrededor de una hora. Por supuesto, en caso de una emergencia médica quizá se les pida que se retiren por un ratito.
Durante las primeras visitas es importante que los papás primero observan atentamente al pequeño, le hablen en tono bajo durante unos minutos y lo toquen firmemente, como abrigándolo, en el pecho y en la espalda (antes que en la carita, los pies y las manos), como diciéndole “acá estoy”.